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La máquina de escribir


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La máquina de escribir


La máquina de escribir
Fotógraf@/ MÁXIMO CERDIO
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“Desde este local he visto cómo ha transcurrido el tiempo…”

Jojutla. Mi padre siempre estaba ocupado en su trabajo, obteniendo recursos para que no nos faltara nada. Pocas veces jugaba con nosotros y muy contadas veces accedía a mostrarnos algo mágico.

Ponía una máquina mecánica de escribir sobre la mesa de estudio, se sentaba en una silla dura de las dos que teníamos para hacer tareas. De lado derecho ponía varias hojas tamaño carta.

Una vez que acomodaba bien su silla, con la espalda muy recta, cogía el papel y lo ponía en el rodillo de la máquina, la ajustaba para que las líneas quedaran derechas y comenzaba a escribir a una velocidad impresionante.

 

Máquina Remington.

Mi hermano y yo escuchábamos a poca distancia de mi padre el golpe de los tipos y las varillas de metal sobre el papel, soportada por el rodillo sintético, y observábamos cómo se iban formando las palabras negras en la hoja blanquísima.

Al terminar, mi papá sacaba la hoja escrita y la ponía en la mesa.

En ese momento nosotros aplaudíamos, entonces él se quitaba la venda de los ojos y comenzaba a verificar que no hubiera un solo error.

Recuerdo que mi padre nos dio esta función unas tres veces en su vida; nosotros teníamos seis o siete años de edad.

Con el tiempo, esa máquina me serviría para hacer trabajos escolares, incluso la llevé conmigo cuando salí a estudiar fuera de casa. Jamás pude igualar la habilidad de mi padre, yo siempre escribí con tres dedos y era torpe y desesperado.

Máquinas de escribir antiguas.

La máquina de mi padre me la robó un guatemalteco: Julio Valladares, y luego yo adquirí otra, más chica, pero igual de efectiva. Ahí escribí mis primeros poemas.

Con el paso de los años tuve que comprar una máquina eléctrica (IBM) con mono elemento intercambiable, que permitía tipografía diversa.

También me hice de una máquina electrónica, con cinta plástica; duró algunos años, luego compré una computadora y una impresora.

En casa siempre ha habido máquina mecánica de escribir.

 

Mardonio Lagunas Maquitico se llama el hombre que arregla las máquinas de escribir en el taller Servicio Técnico Olivetti, ubicado en la calle Ricardo Sánchez número 207, en el centro de la ciudad.

El negocio ha permanecido en esa zona, aunque ha ocupado por tiempos dos locales diferentes. Es el único que hay en Jojutla, había otro, pero duró muy poco tiempo y cerró.

Mardonio nació el 24 de enero de 1962 en Jojutla, y tiene más de 40 como técnico en máquinas de escribir, sumadoras y calculadoras.

Lo enseñó su ex patrón Hermilo Humberto Bahena González, quien era concesionario de las máquinas Olivetti y había ido a cursos impartidos por esta compañía italiana en la Ciudad de México.

“Comencé a trabajar con el señor Humberto antes de los 20 años, él conocía a mi papá y una vez le preguntó si tenía algún muchacho para que le ayudara en el taller. Mi papá dijo que sí y me mandó a mí.

Allí inicié barriendo, llevando y trayendo herramientas. ‘Te voy a enseñar una sola vez, entiendes; a ver si aprendes’, me dijo, y sí aprendí.

Me enseñó lo básico de las máquinas mecánicas, después fui estudiando en libros y manuales, además, yo había estudiado un curso por correspondencia de electrónica y eso me daba más aptitudes.

Cuando entré al taller éramos tres personas, más el dueño. Teníamos muchísimo trabajo y dábamos servicio al Tecnológico de Zacatepec, a Salubridad y otras oficinas de Gobierno, a los juzgados y agencias del ministerio públicos, a las academias de taquimecanografía; en Jojutla había dos, la más famosa era la academia Minerva, que usaba máquinas mecánicas de la marca Remington. También había otra academia en Zacatepec.

Entre las máquinas de escribir que se usaban en aquella época estaban las Olivetti, que eran italianas, la Remington, de Estados Unidos y la Olimpia, alemana, la de mejor en calidad, duraba mucho y sólo requería mantenimiento.

Cuando las recibíamos en el taller sólo era para ajuste, no se le rompían piezas.

La mayoría de las máquinas tenían piezas de metal, así que las traían o íbamos a dar mantenimiento a las oficinas y academias, y el trabajo consistía en limpiar, lavar, ajustar y lubricar.

En ocasiones lavábamos con gasolina y sopletéabamos hasta 40 máquinas al día. Eso me afectó a la larga, ahora tengo ataques de vértigo, debo sentarme y agarrarme de algo para no caer.

Recuerdo una máquina muy antigua que tenía un tal Panchito, en el cine Robles, era una holandesa Adler, muy buena, me la traía a mantenimiento, puro ajuste porque no le faltaba nada.

La máquina de escribir mecánica comienza a decaer hacer unos 14 años, con la llegada de la computadora. A nosotros nos disminuyó mucho el trabajo, al grado que el patrón tuvo que despedir a los ayudantes y nos quedamos solos.

Poco antes de la aparición de la computadora comenzaron a salir las máquinas eléctricas y luego las electrónicas. La diferencia era que aquéllas trabajaban con un motor y éstas eran de tarjeta.

Cuando nos traían máquinas electrónicas Olympia Comfortype “trabadas”, batallábamos mucho para arreglarlas, porque no sabíamos; a veces nos sugerían que le cambiáramos el capacitor, lo sustituíamos y nada.

Cierta vez pasó por acá un muchacho de Guanajuato y pidió trabajo, el patrón lo empleó. Él nos enseñó a reparar las electrónicas. A éstas se le tenía que poner un código, para liberar la memoria RAM, y con eso se desbloqueaban y funcionaban.

Hace poco más de 10 años Hermilo Humberto me dijo: ‘no puedo pagar tu sueldo, no hay entradas, pero tampoco puedo pagarte una indemnización o pensionarte; quédate con el taller, en pago’.

Yo acepté, no porque resultara un trato que me beneficiara, sino porque no tenía de otra, sabía que el patrón no tenía dinero ni me podría pagar. También por agradecimiento, así que de empleado me volví dueño, con todos los riesgos que esto trae.

Máquina Underwood.

En la actualidad sobrevivo dando mantenimiento a las máquinas de mis clientes de muchos años, la mayoría de ello son médicos de la zona sur, me traen sus máquinas para mantenimiento.

También me ayudo vendiendo máquinas de escribir de diferentes clases, las compro en la Ciudad de México y laa revendo.

He vendido máquinas muy antiguas, hay personas que conocen y saben el valor de esas joyas.

Por ejemplo, las Olivetti 32 son muy cotizadas, por esas pido 1 mil 400 pesos, o mil quinientos pesos, y doy seis meses de garantía.

Una antigua de la marca Royal, está saliendo en tres mil 800 pesos. Las Oliver, de alas de murciélago, cuestan unos seis mil 500.

Partida de ajedrez.

Estoy cansado, pero me gusta este trabajo; de aquí he sacado para medio mantener a mi familia: dos hijas y mi esposa”.

Mardonio relató que se distrae jugando ajedrez, lo practica desde hace 25 años y aprendió observando. Ha participado en torneos en la categoría sub 1800. En diciembre pasado participó en un campeonato en Plaza Cuernavaca: obtuvo el sexto lugar, de entre 26 jugadores. Hace algunos años ganó el segundo lugar en un torneo, en Tehuixtla.

“Esta calle siempre ha sido comercial y muy viva. Quedó destruida con el terremoto, mató a personas, así como las mató el coronavirus, dejó vacía esta calle el covid-19. Desde este local he visto cómo ha transcurrido el tiempo. Yo lo he visto todo desde aquí, he visto niños que ahora ya son señores y tienen hijos. Entré a trabajar aquí con el cabello negro, muy jovencito, y mire ahora tengo el pelo blanco”.

 

Mínima historia

En la página CurioSfera Historia (https://curiosfera-historia.com/historia-la-maquina-escribir/) se puede leer que la invención de la máquina de escribir, marca una fecha importante en la historia de las comunicaciones y de las relaciones sociales. En especial, tiene por consecuencia dar a la mujer de los siglos XIX y XX un empleo aceptado en sociedad, y de permitirle acceder al mundo de los negocios.

Máquina Royal.

La primera en utilizar una máquina de escribir fue la condesa italiana Carolina Fantoni en 1808. Era ciega y el inventor, Pellegrino Turri, construyó para ella un artefacto con el que podía escribir sin tener que confiar sus secretos a nadie, ya que sus cartas de amor eran de tono subido.

Poco después, el barón Karl von Drais (1785-1851) inventó lo que él llamó el piano de escritura rápida: cuatro palancas que escribían dieciséis letras, suprimiendo las que él creía redundantes, unificando sonidos.

El norteamericano William Austin Burt, patentó en 1829 el tipógrafo: un artilugio inútil, ya que había que pasar el papel a mano porque carecía de dispositivo para correr el papel tras escribir la letra.

En 1833, el francés de Marsella Xavier Progin creó la machine criptographique o pluma criptográfica: “Escribe tan rápido como una persona con su pluma”. Estaba dotada de 66 palancas articuladas dispuestas de manera circular, que percuten sobre una hoja de papel.

El italiano Giuseppe Ravizza perfeccionó este dispositivo en su máquina de 1837, el Cembelo scrivatto, que comienza a difundir hacia 1855. La máquina de Ravizza es rápida, práctica, y utiliza por primera vez una cinta entintada.

Mardonio en su taller. Noviembre 2015.

De 1838 a 1870, numerosas innovaciones se suceden, tales como la alimentación de hojas mediante un rodillo o el sistema de escape para permitir el espaciamiento entre las letras,

Los estadounidenses Cristóbal N. Sholes y su ayudante Carlos Glidden de Wisconsin, idearon un modelo de máquina de escribir aceptable.

El aparato se le ocurrió a Glidden por casualidad; al principio buscaban un modo mecánico de numerar las páginas de libros, una paginadora, y cuando lo lograron Glidden pensó que por qué no escribir también letras. Así nació el primer modelo.

La máquina de Sholes era un armatoste de madera al que llamaron el piano literario. Solo tenía letras mayúsculas y para cambiar a minúsculas fue necesario añadir más tarde una tecla de conmutación; también se pensó —y llegó a realizarse— en una solución bizarra: una máquina para mayúsculas y otra para minúsculas.

Cuando el artefacto fue presentado a la Exposición del primer centenario de la Independencia de Estados Unidos, en 1876, no llamó la atención; pasó inadvertida porque tuvo la desgracia de tener al lado otro invento notable: el teléfono de Graham Bell.

Mardonio Lagunas Maquitico

La patente fue vendida por Sholes y Glidden por 12 mil dólares a dos hombres de negocios: James Densmore y George W. Newton Yost, que contactaron con la Remington Fire Arms Company, fabricantes de armas de fuego que también comercializaban las máquinas de coser.

En 1873, la compañía se comprometió a fabricar máquinas de escribir para alquilar. Hizo unos cuantos centenares de unidades y comenzó su pingüe negocio. La Remington creó más de 300 modelos, hasta dar con uno, cuyo teclado era parecido al actual; lo único que ha variado entre aquellos modelos y los de hoy es la disposición de las letras.

Para evitar atascos de dedos en el teclado se había diseminado de forma ilógica el alfabeto, de modo que las letras que suelen ir juntas en la escritura estaban distanciadas en el teclado. Aunque Sholes se desentendió de su invento se sentía tan contento que escribió en una de sus últimas cartas: “Es sin duda una bendición para la Humanidad, y en especial, para las mujeres. Me alegro de haber tenido parte en ello. Hice algo mejor de lo que pensaba, y el mundo se beneficia”.

Taller de máquinas.

Tenía motivos para enorgullecerse: la máquina de escribir había dado lugar a un oficio nuevo, acaparado enseguida por las mujeres: la dactilografía. Ésta, se veía como ocupación distinguida y digna, elegante e incluso chic para las mujeres de la clase media que podían acceder así al mundo laboral e independizarse, en un momento de la Historia en el que la liberación de la mujer, el sufragio femenino y el feminismo en general levantaban oleadas de entusiasmo en Europa.

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