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Paradójicamente, uno de los experimentos más crueles de la historia de la ciencia investigaba la naturaleza del amor

¿Cuánto afecto necesitamos para desarrollarnos en edades tempranas? ¿hasta qué punto necesitamos el amor de una madre? ¿cuál es la importancia del apego? A finales de la década de los 50, el psicólogo Harry Harlow ideó una fórmula para arrojar luz a estas cuestiones. Sus conclusiones sobre el amor cambiaron el pensamiento sobre la forma de criar a un niño para siempre.

Miguel Jorge
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Y paradójicamente, lo que ocurrió en el interior de su laboratorio, con esa búsqueda de respuestas hacia conceptos ligados al apego y el amor de una madre con su bebé, fueron probablemente uno de los experimentos más horribles y crueles en la historia de la ciencia.

Experimento 1: el afecto en los monos rhesus

La investigación de Harlow comenzó centrándose en la forma más fundamental de afecto, el amor maternal. Harlow había ideado un área de estudio en el intento de criar monos rhesus bajo sus experimentos de aprendizaje. El hombre, con la idea de protegerlos de enfermedades, separó a los monos de sus madres poco después de su nacimiento para aislarlos en una serie de jaulas individuales donde les alimentaría con un biberón.

Pasadas unas semanas, Harlow percibió que los monos eran más saludables y más pesados que los que habían crecido en un entorno natural, lo que acabó convenciéndolo de que su nuevo hábitat era una “madre” más eficaz para los monos. Pero a pesar del hecho de que estos monos bebé aparentemente no necesitaban nada más, lo cierto es que su propio hábitat, encerrados en una jaula, comenzaba a hacer mella en ellos.

Todos caminaban demasiado encorvados debido a las medidas de esas primeras jaulas y se pasaban los días chupándose instintivamente sus dedos y observando al infinito sin ningún tipo de reacción al exterior. Cuando Harlow decidió emparejar a machos y hembras, los animales no tenían ni la menor idea de qué es lo que se suponía que tenían que hacer entre ellos, ni rastro de alguna conducta social.

Lo cierto es que su propio hábitat, encerrados en una jaula, comenzaba a hacer mella en ellos

El psicólogo se sorprendió, sobre todo y como diría, debido a que uno de los principios básicos de la ciencia de la época era que los bebés, con el fin de tener la mejor de las oportunidades para desarrollarse normalmente, necesitaban primordialmente comida y mantenerse limpios. Y estos dos criterios los había cumplido con creces en la pruebas.

Y es que en aquella época y desde el punto de vista de la psicología, el amor de madre era una emoción de segunda fila, que únicamente entraba en juego una vez que la madre había cumplido con los requisitos más importantes de la descendencia: la necesidad de saciar el hambre y la sed. Y no hablamos sólo de los animales, esto ocurría también con las personas. En aquella época Harlow se apoyaba en los valores y principios que se inculcaban para la educación de los niños desde la psicología, por ejemplo, el consejo de no abrazar a los hijos, o al menos, no hacerlo en exceso.

 
Una de las figuras abanderadas en este sentido fue el psicólogo John B. Watson, quién condujo una cruzada contra los “males” del amor excesivo de los padres en su best seller de 1928 Psychological Care of Infant and Child (donde hay todo un capítulo dedicado bajo el título de The Dangers of Too Much Mother Love). En el mismo, Watson afirmaba que demasiado afecto prodigado en un niño conduciría inevitablemente a problemas de ese individuo en la edad adulta. No solo eso, según Watson y llegado el momento, si es absolutamente necesario besar a un hijo, reclamaba que fuera en la frente.

Experimento 2: las madres falsas

 

Es entonces cuando Harlow introduce en las jaulas una especie de madres sustitutas con el fin de observar si los monos cambian de actitud. Para dicho experimento se construye una madre para los monos cuya cabeza estaba hecha de una bola de billar de madera, ojos que eran realmente unos reflectores de bicicleta, y lo más importante, un cuerpo cilíndrico que comprendía una toalla envuelta alrededor de un pequeño cojín mullido.

Junto a esta madre de felpa colocó una segunda versión, más o menos con la misma forma, con la diferencia de que ésta última estaba hecha únicamente de alambres, sin ningún tipo de relleno suave, aunque con una botella de leche al nivel del supuesto pecho que el psicólogo iría rellenando.

Si la visión científica predominante era correcta, aquella que pensaba Harlow, los monos bebé acabarían “adoptando” como madre al muñeco de alambre, principalmente porque era el que les proporcionaría su único medio de sustento. ¿Qué ocurrió? Lo contrario. Los monos se aferraron a la madre de felpa durante más de 12 horas al día de media, y únicamente se subían a la madre de alambre brevemente cuando tenían sed, y si podían, manteniendo el contacto con el muñeco de felpa.
 
Harlow había demostrado con ello que el afecto de un bebé se centra principalmente en la suavidad de la madre, en su calidez cuerpo a cuerpo, con independencia de que también sea la fuente de alimentación. En otras palabras, había demostrado lo importante y vital que resulta el contacto corporal para el desarrollo de un niño, aunque eso sí, un resultado contrario al esperado.

Experimento 3: sin amor de madre

A partir de aquí la escalada de experimentos comenzaron a ser más crueles. El experimento de la madre de felpa fue sólo el comienzo de un extenso programa de investigación que llevó a cabo Harlow sobre el amor y lo que sucede cuando los monos no reciben ningún tipo de afecto.

Para su siguiente prueba construyó unas madres monstruo. En este caso con la forma muy similar a las madres de felpa, aunque realmente era un engaño cruel. Una de estas madres había sido diseñada con un sistema que sacudía al bebe en varias ocasiones, otra versión estaba diseñada para asustar al bebé enviando ráfagas de aire comprimido de vez en cuando y otra de ellas estaba equipada con puntas de metal ocultas que se movían cuando el bebé esta arropado a la figura con el fin de que este se separara.

¿Cuál fue la reacción de los bebés? Tan pronto como la madre se había calmadovolvían a ella y la acariciaban cuando estaban cerca. Esta situación se repitió una y otra vez, lo que para el propio Harlow fue algo impresionante, mientras las madres monstruo agredían a los bebés, estos no cesaban en su empeño de la necesidad de ellas, de su total dependencia hacia su figura.

Experimento 4: el pozo de la desesperación

Llegados a este punto Harlow fue más allá de lo que nunca pensó que iría. En primer lugar creando lo que llamó el “pozo de la desesperación”, en esencia unas jaulas de aislamiento separadas del resto con forma de embudo. En el punto más bajo colocaba al bebé mono. A los dos o tres días trataría en vano de trepar por las paredes de la jaula, luego desistiría al darse cuenta de que no podía subir.

Sin ningún tipo de estimulación, allí se les enjaulaba al poco de nacer para permanecer entre 30 días y un año entero. El resultado fue que en algún punto con el paso de los días y las semanas los animales quebraban. Renunciaban a todo y simplemente se quedaban sentados sin hacer nada, solos en un clima de desesperación. Luego, pasado el tiempo, los monos se convertían en lo que llamaríamos en términos médicos, un depresivo.

Aquellos que estuvieron en aislamiento un año entero, a su vuelta a la “sociedad” se les juntaba con un grupo de control. El resultado era una ausencia absoluta del componente social junto a la falta total de interés por el sexo opuesto. En algunos casos incluso se negaban a ser alimentados, momento en el que Harlow trataba de medicarles.

Experimento 5: el potro de las violaciones

El último de los experimentos que el psicólogo llevó a cabo daba cuenta de hasta donde llegó Harlow en su estudio. Una vez que había comprobado que el aislamiento afectaba a la propia conducta social, el hombre decide averiguar si estos efectos (el aislamiento) también se podrían dar en una interacción entre una madre y un bebé.

Para ello aísla a una serie de hembras mono, hembras que debían quedar embarazadas. Harlow inventa entonces un sistema donde a través de una mesa con correas podía atar a las hembras, de forma que estas, indefensas, debían esperar a la entrada de los machos para fecundarlas sin ningún tipo de interacción social. Cuando estas hembras aisladas quedaban embarazadas y tenían a la cría, eran incapaces de ofrecer algún cuidado, muy al contrario, depresivas, su actitud era violenta como el mismo psicólogo comentaría:

Nunca, ni en nuestros sueños más retorcidos, pensamos que seríamos capaces de designar sustitutos que fueran tan crueles con sus crías como las auténticas madres. La ausencia de experiencias sociales hace que no sean capaces de interactuar socialmente con sus crías. Una de las madres aplastó la cara de su cría contra el suelo y comenzó a comerle los pies y los dedos. Otra machacó la cabeza de la cría. El resto, simplemente las ignora.

Llegados a este punto el experimento se detuvo. Harlow había sido capaz de mostrar cómo las crías tienen el instinto del contacto y la protección de una madre. El hombre nunca negó que los monos fueron sometidos a un gran sufrimiento en sus experimentos. Al contrario, el psicólogo llegó a comentar a los medios:

Ustedes deben recordar que por cada mono maltratado, hay un millón de niños maltratados. Si mi trabajo ayuda y es capaz de salvar a los niños humanos, entonces no estoy demasiado preocupado por 10 monos.
Irónico, porque este adicto al trabajo, obsesionado como ninguno por encontrar la razón del apego y el amor de una madre, en vida nunca se preocupó por sus propios hijos. Su esposa lo dejaría y se llevaría a los hijos con ella, ya que como decía, vivir con Harlow era el equivalente a vivir sola.

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Ant. La mejor forma de enseñarle a un bebé a caminar es... ¡No enseñarle!
Sig. Suena extraño, pero estos son los chicos más sexies del reino animal

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