La Tinta Insomne

El señor Presidente

El Diccionario de la Real Academia Española define al tirano como la persona «Que obtiene contra derecho el gobierno de un Estado, especialmente si lo rige sin justicia y a medida de su voluntad». En otra acepción refiere: «Que abusa de su poder, superioridad o fuerza en cualquier concepto o materia, y también simplemente del que impone ese poder y superioridad en grado extraordinario».

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Al escuchar estas definiciones brinca más de un nombre en nuestra mente. Si bien en México no ha habido una dictadura como las que durante el siglo pasado arrasaron con Latinoamérica, los mexicanos sí hemos experimentado gobiernos cuyas acciones encajan en el concepto de una dictadura en diversas características: libertad de prensa limitada, periodistas silenciados a fuego y plomo, desapariciones forzadas, encubrimiento en las altas esferas del poder, por citar algunos ejemplos.

La experiencia latinoamericana en ese infortunado campo es amplia. Dos de los casos más conocidos –que no los únicos– son los regímenes militares de Chile (1973-1990), con Augusto Pinochet, y de Argentina (1976-1983), con Jorge Rafael Videla.

El horror que desataron estos asaltos a la democracia –auspiciados por Washington– provocó que aquellos que se atrevieron a criticar las imposiciones y denunciar los abusos se vieran obligados al exilio para proteger su vida.

De estas voces han surgido las de poetas, narradores, periodistas, músicos, cineastas, etc. En literatura existe el subgénero denominado «novela del dictador», que es precisamente en el que se denuncian los hechos más atroces y se describe la personalidad de esos que encabezan las dictaduras: tiranos, asesinos, sociópatas...

En este tenor, la recomendación de esta semana gira en torno a una de estas novelas, El señor Presidente (1946), del guatemalteco Miguel Ángel Asturias (1899-1974), el único autor centroamericano que hasta ahora ha recibido el Nobel (1967).

Aunque no menciona el nombre en la novela, la historia está basada en la dictadura de Manuel Estrada Cabrera y fue escrita en París, donde el autor estuvo exiliado.

Al inicio de la obra ocurre la muerte del coronel Parrales Sonriente. Este deceso permite al «señor presidente» poner en marcha un plan macabro: involucrar a dos hombres para deshacerse de ellos.

El «líder supremo» tiene la última –única– palabra. Pero el poder de un dictador no se ejerce sin la complicidad de subalternos, también engolosinados con el poder. En la novela, el personaje Cara de ángel funge como consejero del tirano y a él le es encargada la tarea de eliminar a dos hombres «incómodos» por mandato del dictador.

Sin embargo, uno de los hombres a los que debe implicar es el general Canales, padre de Camila, la joven de la que Cara de ángel está enamorado. Aunque la pugna entre el amor por la muchacha y el perdón para Canales abruma al consejero, las delicias del poder son más fuertes para hombres como él.

La novela da cuenta de la barbarie que es capaz de cometer un individuo enfermo de poder, que hace de sus caprichos una orden que debe ser cumplida sin cuestionamientos. Las imposiciones son una constante y quien se atreva a cuestionarlas, deberá resignarse a recibir todo el peso del aparato represor del tirano.

Aunque Asturias aborda en la novela la historia particular de Guatemala e implícitamente la dictadura de Estrada Cabrera, bien podría funcionar en cualquier sitio donde la sombra del poder se asoma y cubre las cabezas de los ciudadanos comunes, esos que terminan aplastados por las imposiciones, decretos y órdenes de quienes carecen de autocrítica y se rigen bajo esa frase de «si no estás conmigo, estás contra mí».

Otras novelas de este tema son Tirano Banderas (1926), del español Ramón Valle-Inclán; Yo el Supremo (1974), del paraguayo Augusto Roa Bastos; El recurso del método (1974), del cubano Alejo Carpentier; El otoño del patriarca (1975), de Gabriel García Márquez, por mencionar algunas.

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