El certificado de defunción de Ozzy Osbourne, ícono del rock y fundador de Black Sabbath, confirmó que el músico británico falleció el 22 de julio a los 76 años a causa de un paro cardíaco, consecuencia de múltiples afecciones crónicas, entre ellas enfermedad arterial coronaria y Parkinson.
El documento, presentado por su hija Aimée Osbourne y registrado en el distrito londinense de Hillingdon, detalla como causas:
“paro cardíaco extrahospitalario, infarto agudo de miocardio, enfermedad coronaria y enfermedad de Parkinson con disfunción autonómica”.
La información fue obtenida por The New York Times. Ni las autoridades locales ni los representantes del artista han emitido declaraciones.
Según el documento, Osbourne sufrió un paro cardíaco extrahospitalario provocado por un infarto agudo de miocardio, derivado de enfermedad de la arteria coronaria.
Además, padecía Parkinson con disfunción autonómica, condición que afecta el sistema nervioso y que había complicado su salud en los últimos años.
El llamado “Príncipe de las tinieblas” llevaba tiempo enfrentando un notable deterioro físico. En 2020 hizo público su diagnóstico de Parkinson y, en febrero de este año, confesó en una entrevista radial que ya no podía caminar.
También arrastraba secuelas de una grave caída en 2019 que afectó su médula y redujo drásticamente su movilidad, obligándolo a cancelar giras y limitar sus apariciones.
Un último adiós cargado de emoción
La última vez que Osbourne subió a un escenario fue el 5 de julio en Birmingham, su ciudad natal, donde ofreció un emotivo concierto sentado en un trono negro.
Semanas después, sus restos recorrieron por última vez esas calles, entre aplausos y lágrimas de miles de fanáticos que se reunieron para despedirlo.
Con su partida, no solo se despide una de las voces más emblemáticas del heavy metal, sino también una figura que trascendió la música para convertirse en un referente cultural y mediático para varias generaciones.