Por si ustedes no lo saben, Cárdenas Guillén nació el 18 de mayo de 1967 en Matamoros, Tamaulipas. A la edad de 23 años ingresó a la PGR como entrenador de perros adiestrados para detectar droga. Empero, en 1988 se convirtió en líder del Cártel del Golfo, tras la captura y extradición de Juan García Abrego, también a los Estados Unidos.
El 24 de febrero del presente año, Cárdenas Guillén, a quien se atribuye la creación de “Los Zetas” (brazo armado del propio Cártel del Golfo), fue sentenciado a 25 años de prisión por una juez en Houston, Texas. A partir de ese momento la violencia arreció en Tamaulipas. Fue así como el mismo día ocurrió el primer asalto a Valle Hermoso, localidad ubicada a 70 kilómetros de Matamoros, hasta donde llegó un convoy integrado por más de 100 camionetas rotuladas con las siglas CDG, según describe la revista “Proceso” del domingo pasado, en un reportaje de Gerardo Albarrán de Alba. El pueblo estuvo ocupado durante tres días de enfrentamientos a toda hora. Paralelamente, el miedo se dejó sentir en Ciudad Victoria y Matamoros, donde se vaciaron las escuelas y calles por los rumores de balaceras.
El 11 de marzo fueron lanzadas granadas a las oficinas de la Policía Ministerial del Estado y de la Policía Preventiva, cuyas fachadas fueron acribilladas. Sin embargo, nada ni nadie frenó tal escalada de violencia. Dice el trabajo de Gerardo Albarrán: “La violencia no deja espacio para el autoengaño; la cantidad de historias es abrumadora: Nuevo Laredo, Nueva Ciudad Guerrero, Mier, Camargo, Comales, Díaz Ordaz, Reynosa, Río Bravo, Matamoros, Ciudad Valle Hermoso, San Fernando, Soto la Marina, González Altamira, Ciudad Madero, Tampico y la capital, Ciudad Victoria, registran más de medio centenar de choques y masacres en los últimos seis meses. Son los que se notan. Aquí la muerte no toma asueto”.
Un recuadro de “Proceso”, titulado “Votar entre Zetas”, bajo la autoría del ya mencionado Gerardo Albarrán y Gabriela Hernández, describió la lamentable realidad de Tamaulipas, cuyo gobernador, Eugenio Hernández Flores, fue totalmente desbordado durante todo su sexenio: “Confiado en una singular combinación de ingeniería electoral, mercadotecnia y viejas prácticas de cooptación, el PRI se considera inmune al costo político de la violencia que ha ejercido el narco a lo largo del sexenio de Eugenio Hernández Flores (…) Paralelo al proceso constitucional (a desarrollarse el domingo 4 de julio), el Cártel del Golfo y ‘Los Zetas’ libran una guerra abierta por el control del estado que desplaza a las autoridades y arrincona a la población”. Hernández Flores fue un gobernador de ornato.
Hasta aquí las referencias al prestigiado semanario, cuyos vaticinios respecto al clima de violencia preelectoral se cumplieron ayer, cuando un grupo armado asesinó a Rodolfo Torre Cantú, candidato gubernamental de la Coalición Todo Tamaulipas (PRI-PVEM y Panal), a quien todas las encuestas daban el triunfo en los comicios del domingo. El atentado, ocurrido en el kilómetro 7.5 de la carretera Ciudad Victoria-Soto La Marina, también dejó como saldo otras siete personas muertas, la mayoría de ellas conocidas dentro de la vida pública tamaulipeca.
¿A quién beneficia el artero homicidio? La respuesta dependerá de la posición ideológica de quienes viertan alguna opinión o contribuyan a exacerbar los ánimos, pero, tal como ocurrió durante el sexenio del actual gobernador de Tamaulipas, se trata de un nuevo desafío contra los tres niveles de gobierno, desbordados ya por el crimen organizado en determinadas regiones de México. Lo anterior me recuerda lo que escribí el 9 de abril de 2010 con relación a recientes hechos delictivos ocurridos en Cuernavaca: “Se trató de una respuesta del crimen organizado ante los operativos conjuntos del gobierno federal y el estatal. El mensaje del hampa fue el siguiente: “Frente a la declaratoria de guerra (en 2007), y tras los sucesos de diciembre, cuando murió Arturo Beltrán Leyva, aceptamos el desafío y seguimos adelante”. “La aparición de dos cadáveres (la madrugada de ayer), colgados frente a ‘Galerías’, también en Cuernavaca, no hace más que confirmar lo anterior. Es un símbolo que ratifica el estado de guerra aludido líneas atrás”. Y ya viene la narcoguerrilla.