Sociedad

Nadie durmió el día del huracán


Lectura 7 - 14 minutos
Nadie durmió el día del huracán
Nadie durmió el día del huracán
Sociedad
Lectura 7 - 14 minutos

Nadie durmió el día del huracán


Nadie durmió el día del huracán
  • Like
  • Comentar

El huracán Otis ha sido el más devastador en la historia de Acapulco de Juárez, aseguran víctimas y autoridades.

Todos nos enteramos de las mortales consecuencias del aire y el agua descontrolados, algunos desde la comodidad de un celular o una pantalla.

Afectados por la furia del huracán y sus efectos relatan lo que vivieron. Los dos, artistas acapulqueños.

Ángel Carlos Sánchez, escritor y pintor, ha venido a Morelos a presentar libros suyos y tiene amigos aquí, radica en Pachuca y va, de vez en cuando, a visitar a su familia en Acapulco.

Pavel R. Ocampo, ingeniero en sistemas y poeta, vive desde hace ya más de 10 años, en Cuernavaca.

 

Otis desde los celulares

Hasta el martes, según cifras oficiales, el huracán había dejado 47 personas muertas, entre éstas a un estadounidense, a un británico y a un canadiense; 56 fueron reportadas desaparecidas.

El miércoles 25 de octubre, el fenómeno meteorológico se intensificó en menos de 12 horas, cuando pasó de tormenta tropical a huracán categoría 5 y se convirtió en uno de los más potentes de la historia del puerto.

El huracán acabó con gran parte de las viviendas, no sólo del centro de Acapulco sino de las zonas altas, dejando a los habitantes incomunicados pues derribó los postes que conducen energía eléctrica.

Poco a poco y con la ayuda de gobiernos de distintos estados y de otros países, el pueblo devastado se ha ido restableciendo, aunque hay protestas constantes de las víctimas desesperadas que claman ayuda en las colonias pobres, que son las más.

Las imágenes en vivo del huracán y horas después las de la rapiña en algunos centros comerciales del puerto se volvieron virales. El gobierno federal mandó más de 15 mil militares con el objetivo de contener los desórdenes, pero no fueron suficientes, ya que en las zonas lejanas al puerto y cercanas al mar, la delincuencia seguía operando.

Hasta el martes, algunas familias continuaban atrapadas, sin agua potable, comida, luz y combustible, o con recursos limitadísimos.

Los medios de comunicación dieron cuenta de algunos hechos en la colonia Hogar Moderno, en donde “los vecinos se organizaron para proteger sus pertenencias construyendo barricadas con láminas de aluminio, piedras y ramas de árboles para evitar el ingreso de desconocidos y formaron guardias de vigilancia durante la noche”.

 

La Mira

La colonia La Mira se ubica en la parte alta del municipio. De acuerdo con algunos portales comerciales, es una de las más pobladas: viven unas tres mil 940 personas en mil 50 hogares, se registran mil mil 301 habitantes por kilómetro cuadrado y hay cerca de 150 establecimientos comerciales.

El 1 de noviembre recibí un mensaje de Martha Garcilazo, compañera de Ángel Carlos Sánchez. Desde Pachuca, Hidalgo, me informaba que mi amigo estaba en Acapulco, que había ido a visitar a su familia y parte de su casa fue destruida por el huracán; sus siete familiares estaban atrapados, como muchos vecinos de esa colonia.

Ángel está en La Mira. No hay acceso porque no han quitado el escombro: árboles caídos, tinacos, postes de luz...

Ellos han hecho lo posible, pero ya están muy desgastados. También hay mucha rapiña y los asaltantes no dejan llegar los apoyos, no hay seguridad en las calles porque no hay presencia del Ejército ni de la Guardia Nacional, los únicos que están trabajando son los obreros de la Comisión Federal de Electricidad, que han levantado poco más de tres mil postes de luz, de los más de diez mil que arrancó o dobló el huracán, así que tampoco tienen luz.

El día 31 de octubre Ángel se coordinó con un par de amigos que se encuentran en la misma zona para acompañarse e ir a buscar agua, alimento y materiales para curación, ya que ningún cuerpo de rescatistas ha llegado hasta donde permanecen atrapados.

Tuvieron que caminar tramos largos, en un terreno accidentado y riesgoso debido a la cantidad de escombros que no han sido retirados y que tapaban las calles.

Ángel va a intentar conseguir una lámpara solar y un cargador de teléfono. Espero pueda hacerlo, se está coordinando con otros amigos que también están por la zona.

Allá no hay señal telefónica, administran el uso del teléfono porque no hay donde cargar el celular, solo se ha podido comunicar por algunos mensajes SMS y un par de llamadas.

A las 16:32, Ángel Carlos Sánchez hizo una transmisión en vivo por Facebook desde Chilpancingo, Guerrero, para confirmar lo que Martha Garcilazo había dicho. Allí, el poeta también afirmó que se habían formado grupos de artistas y que estaban ayudando.

También dijo que el gobierno no ha cumplido, porque se supone que primeros los pobres y los pobres están atrapados en las partes altas de Acapulco.

“La comunidad que existe en La Mira sigue siendo lo más importante para sobrevivir, nos apoyamos, nos ayudamos en lo que podemos, a pesar del abandono del gobierno. Vamos a sobrevivir, siempre hemos sobrevivido…”

“Es necesito recordarle al estado (que) debe cumplir su misión, es necesario que el apoyo llegue a las zonas altas de Acapulco, como La Mira. La mayor parte del puerto hay daños gravísimos, esto va a tardar tiempo, pero nos vamos a recuperar.

Gracias a todos los que se han interesado y han apoyado. Carlos Ortiz y David Espino me han ayudado en Chilpancingo. Me regreso a Acapulco y allá estaré incomunicado. Nos vemos pronto, terminó diciendo y cortó la transmisión”.

El día 3 de noviembre, Martha Garcilazo me escribió:

“Ángel está muy desgastado y deshidratado y tendrán que acarrear agua de un pozo. Él calcula que quizá en una semana más podrán tener luz. Hoy van a intentar poner una lámpara solar, que consiguió en Chilpancingo con ayuda de Charly. La situación aún es crítica, aunque él se sobrepone. Hemos estado triangulando información con Charly porque Ángel sigue sin señal telefónica, excepto cuando ha ido a Chilpancingo o sale a la zona donde hay señal”.

 

El recuerdo de Otis

Pavel R. Ocampo vive en Cuernavaca desde hace más de diez años. Es poeta e ingeniero en sistemas y trabaja “a distancia” para una empresa privada.

El día 1 de noviembre participó leyendo algunos poemas en “Lectura para mis muertos”, en una cafetería en el centro de Cuernavaca. Ahí supe que había estado en Acapulco el día del huracán, porque su familia y él son de allá.

Vive desde hace diez años en Cuernavaca, en cuanto se graduó vino a trabajar a la capital de Morelos como ingeniero en sistemas en el Instituto de Energías Limpias. Después tuvo otros trabajos y en la actualidad labora a distancia para una empresa extranjera.

Va a Acapulco en vacaciones, pero esta ocasión regresó a su tierra porque era el cumpleaños de su sobrino. También confirmó su asistencia a la presentación de una obra de teatro de marionetas, inspirada en un cuento suyo. Lo invitó la compañía teatral, pero se pospusieron las funciones. Decidió pasar la semana en Acapulco, trabajando a distancia, desde luego, pero jamás imaginó lo que estaba a punto de ocurrirle.

En su testimonio, relata lo siguiente:

“Un día común, despejado, nos sorprendió con el aviso de tormenta. Nada fuera de lo común en la temporada y tampoco para Acapulco. Un aviso que no representó más que un ‘buenos días’, en el momento.

Poco después el aviso anunciaba un huracán, creo que categoría 1. Llamó un poco la atención, pero no demasiado. Los huracanes son frecuentes. Días enteros de lluvia se viven a menudo en el puerto (supe que en Morelos es poco común tener días enteros de lluvia, menos dos días seguidos).

Salí con mi madre a proveernos de reservas, pocas, para uno o dos días porque cabía la probabilidad de que no hubiera luz al día siguiente y no hubiera tortillas, o quizás que, como en otros casos, se suspendieran las clases y otras actividades”.

“A la vuelta, el aviso era de un huracán categoría 3. Fue rápido pero tampoco tan alarmante. Eran las 4 pm, quizás.

Y tan solo llegar a casa el huracán había progresado a la categoría 5. Golpearía a las 4 o 6 AM. Había tiempo.

Llegaron las nubes. Todo tranquilo. Nada que vaticinara lo que se venía. A las 9 empezaron los vientos. Mi hermano subió a su cuarto y mi madre, otro hermano y yo nos acostamos para dormir. Otis llegaría en la madrugada, había tiempo.

Pero no fue así.

Poco antes de las 10 empezaron los vientos. El mango de al lado se agitaba. Y las cosas se golpeaban. Y entonces se fue la luz. Tampoco eso es raro ante las lluvias o los vientos. Pero, viviendo cerca del reclusorio, sé que al menos ahí debe haber luz. O debería. Y si se va ahí entonces no debería tardar tanto en regresar. Vi los cerros y todo estaba completamente oscuro.

Me preguntaron por WhatsApp cómo estaban las cosas. La red comenzó a fallar. Y de pronto todos perdimos señal. Lo más fuerte fue en un periodo entre las 11 y las 3.

El aire golpeaba, lo vimos arrancar láminas de aluminio de los techos vecinos, lo vimos llevarse el tinaco de la casa porque, para nuestra desventura, semanas antes unas lluvias nos tenían en desabasto de agua.

El viento era tal que arrancó techos enteros, ramas, incluso compresores de aires acondicionados de los techos. Uno se asomaba y entre la oscuridad adivinaba las siluetas. No había modo de correr para quienes se habían quedado sin casa, porque salir a la calle suponía exponerse a que te cayera una rama, un poste, un techo entero o una lámina te degollara.

La casa se cimbraba ante la fuerza del viento que peleaba con las paredes.

Nadie durmió el día del huracán. Pasadas las 5, llegó la calma. Un silencio horrible. Hacia las 6 comenzó a amanecer y la luz expuso, por fin, un escenario apocalíptico, una escena de alguna película de zombis. Todo ocurrió muy rápido y te das cuenta que, a pesar de haberlo visto desde la ventana, la situación fue mucho peor de lo que habías imaginado. Lo que pasó por mi mente fue preguntarme cómo estaban las personas, mi gente, mi familia, mi pareja que estaba en casa de su madre. Mi abuela tiene un techo de lámina. ¿Cómo puede encontrarlos si no había manera de comunicarnos y no sabíamos nada de ellos? Una desesperación inmediata, esa fue mi primera impresión cuando desde mi casa pudimos ver con la luz del día lo que el huracán nos había hecho, nadie lo hubiera imaginado.

Es horrible ver la calle donde creciste devastada, que la gente no tenga hogar. Después de pasar varias horas encerrados y escuchar y ver la furia del huracán, es algo evidente que habrá desastres, pero el shock de verlo es muy difícil explicar.

Los árboles arrancados, sin ramas, sin hojas. Tres limoneros enteros se vinieron abajo. Las láminas tiradas, torcidas, hechas pelota como papel. Los coches bajo los escombros y los vecinos todos en silencio, incrédulos; hubo quien tuvo que refugiarse bajo la mesa porque el viento les quitó el techo (sus cosas se mojaron, volaron).

Vivo en una zona pobre. Muchos creen, quizás como en Cancún o en Los Cabos, que un puerto tiene que ser rico, pero los trabajadores, su gente, un gran porcentaje de ellos, vive al día. Siempre al día. ¿Por qué nadie se suministró de despensas abundantes? Porque no todos pueden pagarla.

Vecinos lo perdieron todo.

Desde la altura de mi casa pensé que solo el viento había protagonizado los estragos. Me equivoqué. Bajé al boulevard Vicente Guerrero para poder ver a familiares (seguíamos sin señal, sin luz). Había que verlos de primera mano. Corrientes como ríos habían crecido en las avenidas principales. Una me arrastró, afortunadamente pude asirme de un tronco.

Ahí vi la restricción: torres eléctricas de tensión rotas, dobladas, árboles enormes obstruyendo las calles, casas enteras desechas, coches obstruyendo los canales, ropa, madera, portones arrancados, puertas. Los postes de luz de madera estaban quebrados los de concreto derribados, los cables de alta tensión tirados en el piso, láminas atoradas en el cableado y en transformadores. Los transformadores reventados, algunos en el suelo.

Hubo inundaciones. Mi familiar perdió todo en su primer piso porque el nivel del agua ascendió poco menos de dos metros. La fuerza de la corriente le arrancó la puerta. Sus cosas estaban fuera de su lugar porque habían flotado en el agua. Quedaba una capa de 10 cm de lodo. 

Eran las 8 am. Poco antes del mediodía empezaron los saqueos. Cortinas de establecimientos que habían sido doblados por el viento se abrieron más fácilmente. Muchos sacaron los alimentos (no había y no habría forma de comprarlas). Camionetas policiacas pasaban pero no hacían nada, quizás resignación o realidad. Poco después el pánico se extendió porque no había ningún militar, y no lo digo por la figura de autoridad, sino porque era obvio que no llegaría la ayuda pronto, ni el miércoles, ni el jueves, ni viernes ni sábado. Había que sacar alimentos porque no había señales de que fuera a haber ayuda. Cuando ocurrió el huracán Paulina la hubo de inmediato, íbamos a comer con los soldados a las 9, 3 y 6, por ejemplo; aquí nada.

Saquearon pronto los electrónicos y en seguida los almacenes de La costeña y Lala.

Había pánico de noche porque se extendió el rumor de que estaban metiéndose a robar a las casas: la oscuridad se presta.

Además, estábamos incomunicados. Era como estar en un hoyo negro que bien podría haber desaparecido del país… y nosotros ni nos enteramos. Coches dañados, gasolineras saqueadas, nada de alimento, agua, ni para beber ni para usar ni para lavar el lodo o las prendas mojadas.

La ayuda estaba en la zona turística, eso suponíamos. Las colonias populares, las que trabajan el turismo, el servicio, ¿esas qué?

Después de que pasó el huracán no tenía luz, ni internet y no podía trabajar, el sábado 28 de octubre me regresé a Cuernavaca, no quería dejar sola a mi familia, pero mi madre, muy aferrada, decidió quedarse a cuidar su casa. La cuñada de mi cuñada, que vive con sus dos hijas, fueron víctimas de robo durante el huracán.

En el lugar donde está mi familia es apartado, hay escasez de agua, no hay energía eléctrica, no hay manera de comprar alimentos. Hace algunos días llegaron unos soldados con despensas, pero en otras colonias no hay ningún tipo de apoyo.

Reabrieron el mercado y está funcionando parcialmente, pero hay mucha demanda y todo está muy caro.

Por redes sociales publicaron que estaban robando en la carretera y eso no es cierto. Este rumor desmotiva a las personas que quieren ayudar.

En la empresa donde trabajo se organizó una colecta, la semana que viene voy a llevar insumos.

Si la situación continua muy mal voy a traer a mi familia a Cuernavaca y a seguir apoyando”.

 

Inicia sesión y comenta

Máximo Cerdio

881 Posts 6,245,479 Views
Enviar mensaje Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.
Ant. 'A veces hasta te avientan los carros'
Sig. Trabaja desde los 13 años

Hay 5152 invitados y ningún miembro en línea

© 2024 LaUnión.News. All Rights Reserved. Design & Developed by La Unión Digital Back To Top

Publish modules to the "offcanvas" position.