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La última carbonería


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MÁXIMO CERDIO
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La última carbonería


MÁXIMO CERDIO
Fotógraf@/ La última carbonería
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Jojutla. La carbonería Los Leños tiene casi setenta años y es la única, en su especie en el municipio, aseguró su copropietaria Josefa Romero Fernández.

En algún directorio de internet aparece como comercio al por menor de “otros combustibles”, de acuerdo con el Sistema de Clasificación Industrial de América del Norte clasificada por (SCIAN) 468419, con domicilio en Calle Francisco I. Madero Ed. Mercado Público, Pasillo, local 75, colonia Centro; nadie o pocos darían con él.

Es más fácil buscarla por su nombre y se encuentra en el lado oriente del mercado municipal Benito Juárez, en el segundo puesto, entrando por la parte que se conoce como “el Pasillo”.

En la entrada del local se pueden ver, colgados, comales de metal y bolsas. Desde el quicio, la carbonería es la boca de una mina. El interior está a desnivel, como si hubieran escarbado (hace algunos años, por ahí pasaba un apantle), y en el centro hay una mujer de estatura baja, de lentes, de pelo gris, sentada en una silla blanca de plástico, rodeada de costales de rafia y de bolsas negras de plástico llenas de mercancía.

En la parte izquierda de esa oscura oquedad hay una plancha de cemento a modo de mesa, ya ennegrecida, que sirve para quebrar el carbón y completar los kilos exactos. En una de las orillas también se distinguen tenazas de metal, astillas de ocote amarradas, una cartera de mujer y unas revistas viejas.

Josefa Romero Fernández tiene 78 años de edad, y en entrevista relató que el negocio era de sus padres, María de Jesús Hernández Barrera y Raymundo Romero Cerón.

Hace aproximadamente 65 años vendían frutas allá en la entrada de Jojutla, por donde está el jardín, y después comenzaron a vender carbón ahí mismo; cuando inauguraron el mercado, hace 53 años, compraron el local donde hasta el día de hoy está el negocio.

Sus papás tuvieron seis hijas y un varón, y siempre se dedicaron al comercio, cuando era niña recuerda que ayudaba a su mamá a hacer tortillas de maíz, a mano, luego el negocio de la frutería y después la venta de carbón.

El carbón se vendía por bote chilero (un bote de metal de reúso, originalmente con chiles jalapeños grandes en escabeche), pero la gente pedía un kilo de carbón; en la actualidad hacen bolsas con diferentes cantidades, un kilo, dos, tres y hasta 22 kilos en costales de rafia, que cuesta 400 pesos; el kilo sale a 20 pesos.

Josefa desconoce si el proveedor produce el carbón de manera artesanal o en hornos, lo que sí sabe, por experiencia de tantos años de vender, es que hay un carbón oscuro, que sirve para encender fuego, y hay otro que brilla, éste deja poca ceniza; el carbón molido también sirve.

Los que conocen de esto aseguran que hacer carbón a la antigua era mejor: se formaba una pirámide con piedras y la madera que se volvería en carbón, la que se va recubriendo con musgo hasta llegar a una altura de dos a tres metros y un ancho de base de cuatro metros.

Su proveedor, que es de Cuautla, les surte y a veces le lleva de encino, “que es el de mejor calidad, de cubata, de madera pesada, que salga bien el cabrón, que no salga bofo; el carbón de guamúchil no sirve, es pesado, pero no sirve. Tenemos muchos años en el negocio y con ver y tocar el carbón sabemos de qué madera es y si es de buena calidad, si dura o no, si se quiebra”, dijo.

“Si el carbón echa mucho humo no es buen carbón, el buen carbón no debe oler a nada, porque si huele es que la madera no se quemó bien. El carbón se debe quebrar, si no se quiebra es leño y no prende.

Yo le pregunto a la gente para qué quiere el carbón y depende lo que me digan les sugiero que pongan mucho o poco carbón, además, les pongo pedazos de carbón grande, mediano, chico, lo escojo, para que puedan cocer bien lo que quieren”.

La venta del carbón disminuyó mucho en los últimos 20 años, entre otras razones, porque las personas dejaron de usar leña y carbón para cocinar y sustituyeron éstos por el petróleo y luego por el gas o por la energía eléctrica.

“No tenemos muchos clientes, pero hay quienes nos compran con frecuencia y vienen de Zacatepec, Tlaltizapán, Tlaquiltenango y de acá de Jojutla. Algunas tamaleras, señores que vienen para hacer carne asada, cecina, para hacer pozole. Había una mujer ya muy grande que vendía tamales acá en la esquina, todos los días venía por su carbón, desde que recuerdo, desde que se abrió el negocio. Hace uno o dos años, no recuerdo muy bien porque la memoria ya me falla, murió esa mujer, era la clienta más antigua”, reconoció Josefa.

Nunca se ha dejado de vender carbón, aunque en la actualidad se ocupa menos que hace 20 años o treinta:

“En los días de mucha venta mi familia llegaba a vender diario cinco mil pesos, no de ahora, sino de aquellos años. ¿Se imagina? era muchísimo”, recordó.

Josefa dice que hay temporadas en que la gente sí ocupa más carbón que el habitual, por ejemplo, en la navidad, en el año nuevo, el día de la Candelaria, en septiembre por las fiestas patrias, en Muertos, y lo usan para hacer elotes, tamales, pozole, pancita: “el carbón, el bueno, dura mucho más que el gas, además de que el gas esta carísimo y cada día sube más”.

La mujer también dijo que, en la actualidad, cocinar con carbón y leña es algo muy especial, “un gusto, porque la comida sabe más rica, mejor, el sabor es mucho mejor que cuando cocinas con gas”.

Hace muchos años, en Jojutla, la mayoría de las amas de casa cocinaba con leña y carbón, porque no había dinero para comprar estufas de gas, eso era un lujo; pero antes de las de gas había estufas de petróleo.

“Esas épocas eran buenas para la venta de carbón, era un buen negocio, mi papá y mi mamá mantuvieron a siete hijos así; pero la tecnología nos ganó”.

Josefa Romero también contó que estudió para secretaria taquimecanógrafa y ejerció un tiempo, también estudió para auxiliar de enfermería, aunque su fuerte ha sido el comercio. Vivió por más de 25 años en el Estado de México, y tuvo que regresar a Jojutla, de donde es originaria, porque sus padres murieron y había que atender el puesto. Desde 1983 a la fecha, ha estado en ese local, trabajando, continuando con el negocio de la familia.

La entrevistada está conforme con el negocio, que comparte con dos hermanas suyas, porque hoy en día nadie da trabajo a personas mayores y aunque la venta ha disminuido machismo todavía alcanza para satisfacer sus necesidades. Además, se mantiene activa: “estar en la casa sola, sin hacer nada, esperando a que mis hijos me lleven algo no es bueno, prefiero trabajar como toda mi vida, ser autosuficiente”.

Aun cuando tiene clientes de muchos años, no ha habido oportunidad de hacer amistad con ellos, sólo le compran la mercancía. En el negocio, la gente no llega a hacer amigos, adquiere y se va, y ella atiende, vende, cobra y espera al siguiente; a veces reconoce a sus vecinos que pasan por su mandado o le compran, pero afuera, en la calle y en el pasillo sólo hay desconocidos.

Dentro del puesto todo sigue igual. Siempre ha habido costales de carbón, bolsas… el tizne ha pintado las paredes y el techo. En esa cueva le han pasado 40 años a Josefa, las horas le han pintado el pelo y le han hecho arrugas en las manos, en la cara; afuera, por el contrario, todo ha cambiado.

Josefa tiene conciencia de la manera en que ha cambiado Jojutla. Las calles no son las mismas, independientemente del terremoto de 2017. La tecnología ha cambiado de manera vertiginosa: de los tlecuiles y anafres a las estufas de petróleo, luego las de gas, y en últimas fechas las estufas eléctricas; los autos también han evolucionado, antes eran grandes y pesados, ahora ligeros, antes había pocos automóviles en el pueblo, ahora hay muchos; “también la moda ha cambiado, la de antes era más bonita, ahora los vestidos son raros”.

“Extraño a la gente de antes, era más educada. Yo recuerdo a mi mamá que siempre nos decía que fuéramos respetuosos con las personas. Que saludáramos, que pidiéramos permiso, que diéramos las gracias. Ella no tenía qué hablar para que la obedeciéramos, con un gesto o con una mirada era suficiente para que nos comportáramos. Ahora te subes a la combi y nadie te saluda, nadie te da los buenos días, te vas a bajar y ya se quieren arrancar. Nadie respeta a los viejos, antes mi mamá nos exigía que habláramos de usted a la gente mayor y que la respetáramos y así crecimos, con el respeto por los demás, por eso extraño aquel tiempo. Recuerdo muy bien que cuando éramos muchachas, acá en Jojutla nos íbamos a los bailes, se hacían frente a la escuela 10 de Abril, en la Zapata. Mi mamá nos decía que regresáramos a determinada hora, pero a nosotras se nos iba el tiempo y llegábamos más tarde, ahí nos estaba esperando ella, enojada, nos regañaba, pero lo bailado ya nadie nos lo quitaba”.

***

En un reportaje de José Antonio Sandoval Escámez, publicado en El Universal, el 4 de noviembre de 2017, con el título de “Adiós a la tradición de cocinar con carbón”, se puede leer que a inicio del siglo XX el carbón vegetal era el combustible más utilizado en los hogares capitalinos para cocinar.

Aunque en Estados Unidos las estufas de petróleo y gas se comenzaron a usar a principios de siglo pasado, en México su uso se generalizó allá por los años cincuenta, con lo que se marcó el inicio del empleo del carbón vegetal.

La mayoría de los hogares en la Ciudad de México de aquella época utilizaba el carbón vegetal como principal combustible, tanto para calentar como para cocinar los alimentos diarios. Algunos utilizaban la leña, pero con los anafres se generalizó aún más el uso del carbón vegetal.

A raíz del conflicto bélico de la Revolución iniciada por Francisco I. Madero, el carbón comenzó a escasear, con lo cual los habitantes de la ciudad tuvieron que recurrir a la leña como principal combustible, aunque se prefería el carbón por ser un producto que generaba menos humo y era más eficiente.

En 1941 el gobierno publicó un decreto que prohibió el uso de carbón como combustible -ante el incremento en su precio aparentemente por su escasez- concediéndose varios plazos para sustituir los anafres por estufas de petróleo diáfano (queroseno) o gas.

Durante la presidencia del general Lázaro Cárdenas, esta prohibición empezó casi al mismo tiempo de que iniciara la promulgación de la Ley de Expropiación Petrolera, en 1936, y dos años más tarde, en 1938, se registrara la nacionalización de la industria petrolera, entre otros objetivos, se buscaba impulsar el uso de energéticos con base de petróleo como el queroseno, a la par del desarrollo tecnológico.

 

 

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