Hay una parte de la vida en que no se es escritor, más bien persona. Trajines cotidianos que hacen olvidar por momentos lo sublime del arte, la gracia de las palabras y los chismes de otros escritores en Facebook (fans de Paz, aduladores de Rulfo, rescatadoras de plumas femeninas). Entre todas las vicisitudes cotidianas, una de las más complejas es la mudanza.
Sí hay puntos de encuentro entre la vida personal como ciudadano común y la de escritor, pero eso suele darse después de que los hechos pasan, cuando uno los piensa y las reflexiones acuden a la mente como parvada en una tarde de provincia. No sé si me explico.
Por diferentes y exóticas circunstancias, desde hace 20 años me he mudado unas 20 veces o más: Morelos, Chiapas, Toluca, Querétaro y la más reciente a la Ciudad de México. Esto sin contar las 8 o 10 que tuve antes de los 20 años de edad (la numerología tendrá algo qué decir).
Las mudanzas son cansadas, tediosas, aunque uno llega a acostumbrarse en alguna medida a ellas. Un maestro gringo (en EUA) me decía que no entendía por qué los mexicanos éramos tan nostálgicos; según él, ellos se mudaban tan fácil como cambiarse los calcetines. Mmmmmm, quién sabe.
Profundizo en algo: a veces las mudanzas son obligatorias (huidas, separaciones, desalojos, siniestros, etcétera), ahí no hay mucho qué pensar ni tiempo para revisar cajas. He tenido varias y suelen ser exprés pero caóticas; desagradables en gran medida… aunque liberadoras porque se remedia un asunto, se sale del paso, se inicia de nuevo.
En cada mudanza tiro cosas, reviso, renuevo, limpio, guardo, cambio cosas de cajas, lloro un poco o me enojo o me entusiasmo. No las vivo en blanco. Dos de las más importantes fueron, una hace siete años, cuando por la violencia hui a Querétaro (adonde por años quise mudarme). Como en Cuernavaca rentaba una cabaña amueblada, solo alquilé una camioneta, cargué 70 cajas de libros y unos libreros y yo mismo manejé hasta el exilio. Poco a poco, con los diferentes cambios de domicilio en esa nueva ciudad, fueron menos las cajas, pues debido a la crisis en que caí debido a malas decisiones y a uno que otro robo, vendí varios miles de libros para irla pasando.
La otra fue a la capital del país, mi lugar de origen, en 2018. Aunque esta nueva mudanza tenía desde el inicio carácter de temporal (sin saber por cuánto) y nunca cambié mi lugar de residencia (seguía en Querétaro)… y más que vivir en la CDMX estuve de paso hacia muchos otros lugares, fue satisfactorio llegar al centro de la Ciudad de los Palacios después de vender casi todo mi menaje en tianguis de pulga. ¿Por qué salí del Bajío por un tiempo? Porque se me dio la gana y quería vivir mi ciudad como nunca lo había hecho. Quería ser de nuevo un provinciano en Chilangolandia, así como siempre he sido un chilango en las benditas provincias. Y ahora, siempre podré asegurar que fue una gran decisión.
Ahora estoy por volver a Querétaro, con unas cuantas cajas más de libros, por fortuna. Esta vez, nada me obliga, es una decisión consciente. Lo he dicho en varias conversaciones, la CDMX es un lugar para no aburrirse, para aprender y experimentar, para observar y dejarse amar por la ciudad y ser recíproco con ella. Sueno cursi, pero en la “ciudad de las transas y el smog”, como la definiera Alex Lora, se vive con una intensidad que no puede verse en ningún otro lado. Además, la provincia se mueve a otro ritmo. Los días en Querétaro duran 35 horas. Me voy a allá a escribir, con la paz y la tranquilidad que le caracteriza y que me permite concentrarme, en especial ahora que tengo varios proyectos en proceso. Ignoro cuánto tiempo dure esta ocasión, espero que sean varios años (y de seguro nuevas mudanzas). Ya les avisaré cómo me fue.
Por último, les comparto que ayer se fueron a la imprenta los 20 libros con los que celebro 20 años de carrera y 40 de vida: poesía, cuento, novela, ensayo, minificción y más. Me siento feliz por eso. Estarán a la venta en la Feria del Libro del Zócalo del 11 al 20 de octubre. Allá los veo. Gracias de nuevo.
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@DanieloZetina