A tal grado fue la temeridad del titular de la Diócesis local, que un día, dentro del contexto del informe gubernamental, mandó colocar bocinas frente al Teatro Morelos, sede del evento, a fin de sabotearlo. Esto, que duró seis años, daño gravemente la imagen de nuestra entidad, dentro y fuera de México. Y poco o nada pudo hacer el siguiente mandatario, Armando León Bejarano, para resarcir los daños.
Las muchas leyendas prevalecientes sobre Morelos, desde luego entre los empresarios nacionales y extranjeros, redujeron el flujo de nuevos capitales, frenaron el fomento al empleo, provocaron el cierre de algunas industrias y consiguieron la emigración de otras hacia distintas regiones del país. En aquel tiempo surgió el “boom” manufacturero de Aguascalientes, Zacatecas y San Luis Potosí, por citar tres estados que aprovecharon las circunstancias conflictivas de Morelos. La pésima imagen de nuestro estado saltó de un sexenio a otro, sin que hayamos tenido periodos prolongados de desarrollo económico.
Podría dar más ejemplos sobre la falta de continuidad en torno a la aplicación de políticas públicas enfocadas a la atracción de nuevas inversiones y la creación de empleos, pero lo peor han sido las rupturas entre administraciones salientes y entrantes, quebrantándose el principio de certeza institucional y jurídica. A lo anterior debo incluir la violación a las garantías individuales constitucionales, con graves daños a la cohesión social. Sumemos la existencia de un tejido social frágil y desgastado, y entonces obtendremos el actual caldo de cultivo donde germina todo tipo de lacras. Es el escenario que las autoridades federales y estatales están combatiendo.
Con valor civil debo manifestar lo siguiente: es patético viajar hacia cualquier parte de la República y escuchar expresiones equivocadas respecto a la cotidianeidad de Morelos. Hace unos días estuve en Monterrey, donde las balaceras son comunes. Parecerá una exageración, pero todas las personas con quienes hablé me dijeron que Cuernavaca ya está igual que aquella megalópolis. Obviamente, rechacé vez tras vez aquella percepción que, aplicable sólo a Cuernavaca, tergiversaba la verdadera condición de todo Morelos. Ninguno de mis interlocutores desconocía las imágenes proyectadas durante los pasados dos meses por medios informativos nacionales, con cadáveres por doquier, aunque en primer lugar recordaron a los colgados en el puente del centro comercial “Galerías”. Y ni qué decir sobre el famoso “toque de queda” el funesto 16 de abril que, aún sin existir, fue subido a las redes sociales de este país por un desquiciado. ¡Millones de mexicanos creyeron que ese día hubo matanzas en Cuernavaca y otros municipios morelenses! Lo anterior sigue latente en la memoria de quienes desean viajar hacia la capital morelense, pero no lo hacen por miedo. Unos empresarios, amigos míos, dedicados a la comercialización de autopartes, quieren venir a Cuernavaca el próximo fin de semana, pero me han solicitado que una patrulla se estacione afuera de la casa donde se celebrará el cumpleaños de un niño, o de lo contrario no vendrán. ¿Exagerado? ¡Para nada!
Un viejo adagio mexicano dice que “es poco el amor como para matarlo con celos”, lo cual sucedió en varios sexenios debido a una pésima conducción social y la ausencia de liderazgos para generar cohesión entre los sectores morelenses. ¿Qué hacer entonces frente a la tergiversada imagen de nuestro estado a nivel nacional?
La Fundación Familia Estrada dio un paso importante con la implementación de un proyecto para contribuir a impulsar, desde la sociedad, el regreso a la vida tranquila y próspera característica de Morelos. Don Mario Estrada Elizondo, director general de nuestra casa editora, recientemente informó sobre el “Reencuentro con Morelos y su gente”, un esfuerzo del sector privado cuyo objetivo es crear un continuo proceso de comunicación, de boca a boca, para llevar el mensaje correcto sobre Morelos a todo el país y al extranjero. Enhorabuena, pues ya hacía falta. Ha llegado el momento para que, de manera responsable, quienes amamos a nuestra patria chica hablemos bien de ella. Es ahora o nunca. Más tarde lo vamos a lamentar.