Con estos datos podemos inferir que el liderazgo es el conjunto de capacidades que un individuo tiene para influir en un colectivo de personas, haciendo que trabajen con entusiasmo hacia el logro de objetivos comunes. El liderazgo, pues, se entiende como la capacidad de tomar la iniciativa, gestionar, convocar, promover, incentivar, motivar y evaluar a un grupo o equipo.
Y a continuación haré otra pregunta: ¿Hay desaliento entre los mexicanos por la democracia iniciada con la defenestración del PRI en las elecciones presidenciales y gubernamentales (tratándose del caso morelense) del año 2000? El tema inquieta a numerosos sectores de nuestro país, aunque yo no opinaría así respecto al interés de la clase política para profundizar en la transición hacia la democracia, pues abundan los signos intolerantes y retrógrados en la arena pública nacional y estatal.
Me parece que la problemática proyecta incomprensión tocante al papel de los actores políticos frente a la mediación. No están construyendo una nueva clase dirigente (política, empresarial, social y cultural) con una conciencia que abra la participación a los gremios, sindicatos e infinidad de organizaciones populares. Al contrario: lejos de haberse obtenido nuevos mecanismos de mediación, el saldo del proceso está plagado de desconfianza.
Muchas ocasiones me he referido al excelente libro “¿Estamos Unidos Mexicanos? Los límites de la cohesión social en México” (Planeta 2001) bajo la coordinación de Mauricio de María y Campos y Georgina Sánchez. En el capítulo de conclusiones leemos lo siguiente: “La mediación desde arriba implica establecer los lineamientos que ofrezcan las condiciones para que la cohesión amplia y democrática pueda tener lugar; abrir el espacio a la libertad de acción y expresión, dentro de cauces institucionales. La tentación autoritaria consiste en inhibir esa participación o forzarla hacia intereses particulares. Los nuevos actores de la mediación desde arriba tendrán que constituir, con el paso del tiempo, una nueva clase dirigente: política, empresarial, social y cultural, con una conciencia social que abra la participación a los gremios, sindicatos y organizaciones populares”. Este tipo de mediadores “desde arriba” deberían establecer equilibrios entre las tensiones ideológicas y a pesar de ello mantener la gobernabilidad.
Sin embargo, la relación imperante entre los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial de Morelos, y la ulterior con determinados ayuntamientos, como botón de muestra, delata lo contrario: se mantiene la tensión que surgió tras la debacle priísta en julio del 2000. Prácticamente todos los sectores políticos, sociales y económicos de nuestra entidad federativas están polarizados, confundidos e inmersos en una feroz disputa por los escasos recursos disponibles.
Infinidad de morelenses no exageramos cuando referimos a Lauro Ortega Martínez como el mejor gobernador que ha tenido Morelos (sexenio 1982-1988). Durante múltiples circunstancias y facetas económicas, sociales y políticas constatamos su talento. Algún día tuve la oportunidad de escucharle decir: “En política no hay enemigo pequeño”. Atendió siempre al más “insignificante” actor de hechos sociales, pero también entraba a “Los Pinos” como Pedro por su casa; igual se sentaba a la mesa con los hombres más ricos de México o la comunidad judía, y negociaba con los líderes nacionales y estatales de los partidos opositores al gobierno manteniendo el objetivo de propiciar el desarrollo de Morelos y la gobernabilidad. Jamás dio por sentado que las cosas estaban “a todo dar”. Asimismo, intervino en la mayoría de conflictos sociales y políticos, en el ánimo de propiciar la cohesión aludida líneas atrás. Aquellos métodos prácticos y fácilmente aplicables lograron eliminar los antecedentes de dos regímenes abusivos, plagados de delincuencia institucionalizada y turbulencia laboral, pero además caracterizados por la estampida de inversiones privadas (los de Felipe Rivera Crespo y Armando León Bejarano en los periodos 1970-1976 y 1976-1982, respectivamente).
Como lo reflexioné el sábado, a los morelenses nos urge hacer un alto en el camino y sentar las bases de nuevas relaciones mediante condiciones mínimas para el diálogo, el debate, la negociación y los acuerdos. Todavía hay tiempo. La omisión es un delito a la luz de la Ley de Responsabilidades de los Servidores Públicos. Frente a ello es importante revisar los liderazgos existentes en Morelos.