El “landscaping” o paisajismo está tan arraigado a nosotros que forma parte de la historia universal y nuestra cultura. La necesidad de las personas de volcarse al paisajismo es cada vez mayor, ya sea por controlar la contaminación, como efecto contra la angustia y la neurosis colectiva en contraste con las grises y aceleradas urbes; como recreación, o bien para tratar de conservar la belleza y la diversidad existentes. Planificación, creatividad, organización, imaginación, etcétera, son los medios por los que se manifiesta el paisajismo.
Me parece que el paisajismo, el espacio público y la movilidad se encuentran vinculados. Si bien es cierto que el territorio nacional cuenta con una gran variedad de paisajes, también es verdad que lo anterior no garantiza una riqueza similar o equilibrada de recursos naturales, situación que ha dado lugar a una gran dispersión de asentamientos humanos que, en busca de sus parcelas vitales, se han acomodado a todo lo largo y ancho del territorio nacional.
Para muestra de lo anterior, un botón en Cuernavaca, localidad caracterizada por la vertiginosa desaparición del espacio público y el deprimente aspecto de sus calles. La fisonomía de nuestra capital provoca entre propios y extraños la percepción de inseguridad, suciedad y tensión constante. Ni hablar del tránsito vehicular. Todo ello sin reflexionar en lo mínimo respecto a la delicada naturaleza que Cuernavaca tiene como un sitio ciento por ciento turístico. Alguna ocasión, en Cancún, escuché decir a un prestigiado empresario hotelero: “Nuestro sistema lagunar es sumamente delicado, pues no admite mínimos de contaminación”. Yo aplicaría la misma expresión al caso de Cuernavaca, territorio que jamás debió tolerar y mucho menos admitir la explotación irracional de recursos, siempre presente en medio de la impunidad y la corrupción oficial.
Infinidad de ocasiones me he referido al paso de determinados alcaldes emergidos no sólo en periodos gubernamentales priístas, sino también durante los 12 años de la alternancia en el poder local, a quienes se deben los pésimos agravios sociales aún latentes. Recuerdo a un alcalde en el periodo 1985-1988 otorgando su beneplácito al irregular aprovechamiento de predios situados en la colonia Chapultepec para la construcción de plazas comerciales. Uno de ellos se destinó a la edificación de una enorme tienda departamental, cuyas aguas residuales, lejos de ser conducidas a una planta tratadora y a la entonces exigua red de colectores, tenían derivaciones clandestinas hacia ramales del manantial Chapultepec, del cual se abastecían de agua pura decenas de colonias aledañas. Tuvo que intervenir el entonces gobernador de Morelos, Lauro Ortega Martínez, para frenar aquel delito de lesa humanidad.
Hace poco el gobierno estatal inició uno de los más trascendentes procesos de remozamiento del centro de Cuernavaca, en aras de reposicionarlo dentro de la competitividad nacional y apuntalar nuestra principal industria: la turística. Por su parte, el Ayuntamiento comenzó un ambicioso programa de rehabilitación de glorietas y camellones -en avenidas principales- a fin de embellecer el aspecto citadino. Ambas acciones oficiales encuadran en el “landscaping” o el paisajismo.
Empero, me parece que se cometió un grave error colocando la estatua de José María Morelos y Pavón en el acceso a la plaza de “los plateros” violando cualquier principio de respeto, no sólo en torno al héroe epónimo, sino también a la escenografía de tan importante sector del centro histórico, teniendo como fondo (y esto lo afirmo con el debido respeto a la persona humana) los puestos de quienes, en 1993, fueron ubicados ahí debido a otro error histórico de Antonio Riva Palacio López, cuya decisión allá y entonces resolvió con inmediatez un conflicto político, pero heredando a las siguientes administraciones un grave problema de invasión al espacio público, incluida desde luego la reciente reinauguración de un engendro. Los plateros deben ser reubicados para beneficio de ellos mismos y del centro histórico en su conjunto. A ver.