“Se debe actuar con responsabilidad, pero no privilegiar políticas en las que es más importante preservar los equilibrios financieros o fiscales que resolver los desequilibrios sociales o del desarrollo humano”, expresó.
Demandó a las fuerzas políticas representadas en el Congreso definir un gran acuerdo en favor del rescate social de México, “del que se requiere para pagar la deuda histórica de los problemas que a Morelos, Juárez o Zapata perturbaban, de ésos que a muchos hoy nos agobian”. Invitado a usar la tribuna de San Lázaro, Narro intervino durante 17 minutos. Fue ovacionado por diputados y senadores, pero el aplauso se escuchó más fuerte cuando expuso que “México debe dar el salto de la desigualdad a la equidad, solidaridad y justicia social, donde la opulencia y la miseria se moderen, como lo planteó Morelos hace 200 años”. “Los derechos sociales para todos los mexicanos son, hoy por hoy, una condición básica para avanzar hacia el país que todos anhelamos”.
Y tal como ocurrió recientemente en determinados foros, por ejemplo varios auspiciados por el presidente Felipe Calderón en relación a la seguridad nacional, Narro Robles hizo un nuevo llamado a la unidad de todos los actores políticos y sociales de México, a fin de dar un viraje y hacer a un lado cualquier política pública ineficaz para resolver los más lacerantes agravios sociales. Aquí recibió un frenético reconocimiento por parte de los legisladores, puestos de pie, concentrados en el recinto parlamentario de San Lázaro, mismo que, desde mi particular punto de vista, fue hipócrita y hasta masoquista, pues la inmensa mayoría de diputados federales y senadores ahí presentes se ha negado a debatir sobre las reformas estructurales que el país reclama, en aras de combatir la pobreza y crear nuevas condiciones tendientes a generar riqueza. Así las cosas, insisto: es inconcebible que la nación se encuentre todavía rezagada en la competitividad internacional, ubicada en planos mediocres, proyectada como un reducto de criminales organizados, plagada de corrupción en las estructuras institucionales, y condicionada a quebrantar el estado de derecho y vulnerar las garantías individuales constitucionales.
En muchas columnas he referido la causa por la cual México no ha alcanzado un primerísimo sitio dentro de la competitividad mundial: la interferencia de una clase política dedicada desde hace décadas a saquear el erario. Fuera máscaras: lo anterior sucedió durante los gobiernos priístas y también en las administraciones de la alternancia a nivel federal, estatal y municipal. Simplemente la burocracia dorada de este país provoca una grave merma a las finanzas públicas, amén del impresionante tráfico de influencias que a diario se practica y tolera en las intrincadas redes de complicidades arraigadas dentro de la administración pública. Un botón de muestra: por falsas licitaciones vinculadas a la asignación de obras a cargo de la SCT el país pierde 80 mil millones de pesos anuales. Y si ustedes desean conocer más con relación a las corruptelas cuyos protagonistas son encumbrados directivos de Petróleos Mexicanos, lean el excelente libro “Camisas azules; manos negras”, de la periodista Ana Lilia Pérez (Grijalbo, México, 2010).
Sin embargo, frente a estas lamentables circunstancias, todavía hay quienes poseen capacidad de asombro y entusiasmo para trabajar a favor de la sociedad. Entre ellos pudiéramos ubicar al diputado local por el distrito II de Cuernavaca Oriente, Gabriel Haddad Giorgi, quien el pasado miércoles rindió su informe anual de actividades. El ex secretario de Desarrollo Económico del Estado (en tiempos de Sergio Estrada Cajigal), teniendo como escenario el antiguo Ayuntamiento (hoy Museo de la Ciudad de Cuernavaca), pronunció un emotivo discurso donde habló sobre la necesidad de generar riqueza. Es más, dijo, “no debemos sentir temor para propiciar riqueza”. Desde luego, sus palabras provienen de alguien como él, emanado, no de la clase política que a lo largo de muchas décadas ha saqueado al país, sino de un sector empresarial comprometido con México, cuyos impuestos deberían servir para eso: fomentar la riqueza de los mexicanos y no la de quienes constituyen las principales élites nacionales, donde solamente entran y se entienden quienes hablan el lenguaje de madriguera. En fin.