Sociedad
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Por novena ocasión logran desfilar alebrijes de Morelos por la ciudad de México

Ciudad de México. Le volaban los pies y el sombrero al maestro Alfonso Morales Vázquez sobre la avenida Juárez cuando la banda El Reflejo Sinaloense comenzó a tocar el son “Arriba Pichátaro”. Al frente de "Chimequito”, el artesano de Tlatenchi era uno más en la larga fila de 200 piezas gigantes que el sábado 17 de octubre habían acudido al Noveno Desfile y Concurso de Alabrijes Monumentales convocado por el Museo de Arte Popular (MAP).


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Ninguno de los miles de asistentes al desfile creería que este hombre, que ahora parecía trompo chillador, había estado enfermo semanas antes vencido por el mosco del dengue y con alto riesgo de faltar por primera vez a esta celebración nacional de cartoneros.

Un inicio infectado

Los cartoneros del taller de Alfonso Morales Vázquez tuvieron que hacer un doble esfuerzo para poder asistir por nueve años consecutivos al Desfile y Concurso de Alebrijes Monumentales en la Ciudad de México. La falta de apoyo de la Secretaría de Cultura de Morelos no pudo vencer las ganas de los artesanos de participar por novena vez en este acontecimiento, pero un mosco que infectó a varios miembros de la familia casi los deja fuera de combate.

Por catorce días los alebrijes a medio acabar permanecieron en el patio esperando ser terminado por un dios enfermo: "Dos semanas que hubiéramos podido avanzar pero que desaprovechamos porque la enfermedad nos tiró con dolor en todo el cuerpo", explicó el artesano morelense.

Mientras los muñecos estaban en el patio frontal parecían esqueletos macabros, pero nada que asustaran a los cartoneritos más pequeños: Tlacaélel, Morris y Lennon, que ayudaron a pegar papel con el que se forra el esqueleto de las esculturas: de un bote con engrudo cogían pegamento y lo aplastaban contra la piel de bolsas de cemento, y a veces también ayudaban a fondear, sólo a eso, porque el color es tarea de los mayores.

Cuando los mayores no están construyendo artesanías monumentales el patio de tierra del frente la casa-taller es una zona de guerra, con bastante frecuencia se puede observar esta escena:

Tlacaelel (Tlaca) y Morris, descalzos y polvosos, se mimetizan con el color café del suelo. Juegan con muñecos de acción mientras el Churrumaiz, Simón y Sapo permanecen enroscados a poca distancia. Tlaca y Morris comienzan a pelear por el juguete, los animales se incorporan y se alejan a otro lugar desde donde observan echados la escena que han vivido dos o tres veces cada día. Por esta ocasión gana Morris, Tlaca va fue llorando; pero la venganza es dulce y de colores… Mañana Tlaca se anotará un punto y será el dueño de esta ínsula objeto pretexto de las disputas.

Los alebrijes primero

Aún convalecientes, a los cartoneros los sorprendió el día 16 de octubre trabajando en los gigantes, y así siguieron hasta las 21:00 horas en que un camión, que cobró seis mil pesos, llegó al taller de los Morales localizado en el número 20 de la calle Revolución, en la colonia Vicente Guerrero de Tlatenchi, Jojutla, y se los llevó a la ciudad de México.

Dentro de la caja del camión iban 80 kilos de alambrón, 75 de alambre quemado, 10 de ángulos, 4 de soldadura, 25 de carrizos, 60 de periódico, 50 de papel craft, 40 kg de papel de bolsa de cemento, 75 de harina de trigo para el engrudo, 60 de cartón reciclado separado liso y corrugado, y varios litros de pintura acrílica colores mate y fluorescente. Chimequito, de dos metros con 60 centímetros y de 200 kilogramos, de Alfonso Morales; Nonantzin, de Shua Iyali Morales Hurtado, de 2.80 y de 90 kg; sin nombre de Alfonso Mzraim Morales Hurtado, de 2.40 y de 120 kg: Cogoslibel, de Jonathan Alejandro Villanueva Escobar, de 2.60 y 170 kg, y el jaguar, de unos amigos cartoneros de 1.20 y 70 kilogramos de peso.

Todos pagados con propios recursos y con ayuda de amigos de Alfonso Morales. “Ahora ya no esperamos ninguna ayuda del gobierno estatal como en anteriores ocasiones, ya nos convencieron que no les interesa lo que hacemos y la representación y el lugar que Morelos se ha ganado en estos acontecimientos que en emisiones anteriores han convocado hasta 18 millones de espectadores en el Distrito Federal, según lo han dicho algunas instituciones capitalinas”, expuso Morales Vázquez.

El maestro Alfonso, su hijo, su sobrino y otros dos chicos se fueron en el transporte para cuidar los muñecos, bajarlos e instalarlos en el zócalo de la capital del país. Pasarían la noche allá, tal vez soportando un frío perrón, esperando a sus familiares.

El autobús

El 17 de octubre, a las siete de la mañana la familia de los artesanos y algunos amigos subieron a un autobús rumbo al zócalo de la ciudad de México para arreglar detalles de las piezas y esperar la salida del desfile, programada a las 12 del día. El transporte fue alquilado por la esposa e hijas del cartonero mayor. Uno por uno fueron subiendo al camión de pasajeros: Olivia, Tania, Shua, Tlacaelel, Morris, Lennon, Santino, familiares de los cartoneros y amigos que apoyan a los artesanos y hasta dos reporteros que habían documentado la subida de los gigantes de colores la noche anterior.

Churrumaiz, Simón y Sapo, los cancerberos, se tuvieron que quedar, aullantes, en su casa para soñar con murciélagos multicolor y con huesos negros, que según dicen los alebrijistas eso es lo que sueñan los perros de los artesanos.

La llegada

El autobús llegó con la velocidad de un gusano a las 10 de la mañana y los artesanos recibieron a su familia en el zócalo capitalino en medio del alebrijerío, que según un boletín de prensa, alcanzó los 200 inscritos.

Las esculturas estaban montadas sobre una basesita con ruedas para que pudieran hacer el recorrido por el corazón de la Ciudad de los Palacios; algunos aún retocaban sus piezas.

La cartonería es representativa de México ya que tiene presencia en muy diferentes festividades como en las de Navidad y año nuevo, en las calaveras de Día de muertos, en los judas de Semana Santa y en las fiestas populares con los toritos. Algunos artesanos de México coinciden en que la cartonería se estaba perdiendo, pero que el Museo de Arte Popular de la Ciudad de México la rescató, hace ocho años, con el desfile y exposición de alebrijes.

“Es la fiesta grande de los cartoneros. La gente del Distrito Federal y los participantes esperamos todo el año este desfile, ahí nos saludamos, mostramos nuestros trabajos y técnicas  y establecemos relaciones con artesanos de otras partes y de diferentes generaciones”, dijo el cartonero de Tlatenchi.

El camino de colores

Antes de las 12 del día los cartoneros comenzaron a avanzar jalando sus creaciones ante una multitud que abría desmesuradamente los ojos o tomaba fotografías y videos con sus celulares.

Seres que surgieron en un principio en el Distrito Federal, allá por 1936, de la fiebre del artesano Pedro Linares, caminaban por la ciudad más grande del mundo, cercados por hileras de edificios modernos y construcciones antiguas de diferentes estilos.

Colores encendidos, lenguas, puntas, mezcla de seres de aire, agua, tierra, fuego, con nombres compuestos en idiomas nacionales y extranjeros, se desplazaban ante los aplausos y los gritos de las personas.

–¡Mira mamaá, el goldito, el goldito! –gritaban los niños cuando veían a Chimequito. Otros se referían a él como “el redondo”, incluso hubo una chica que grito: “¡Un pokemón!”

De entre la multitud una mujer preguntó al maestro Morales: “¿Y chi no me quito?”

Alfonso no le pudo contestar porque había tremendo ruiderío, sólo la miró como explicándole que le había puesto ese nombre (diminutivo de chimeco) en homenaje a los jornaleros que durante o después de su jornada laboral terminan muy sucios, manchados por el tizne de la hoja de caña quemada.

Muy cerca de los cartoneros que representaban a Morelos venían dos bandas: El Reflejo Sinaloense, con sones michoacanos y sinaloenses que salió desde 5 de Mayo, y un grupo de guerrerenses que se incorporó sobre Paseo de la Reforma tocando chilenas escoltando a un alebrije, a un diablo, a un tigre y una mujer que bailaban extasiados.

La familia Morales no perdió ocasión de sacudirse el polvo y el desvelo y bailó de alegría por varias cuadras de la avenida de las glorietas hasta llegar a los pies del Ángel de la Independencia en donde les asignaron sus lugares.

Fotos y videos y felicitaciones le llovieron a los alebrijes hechos en Morelos, entonces el maestro Alfonso Morales Vázquez y su familia confirmaron que el esfuerzo de meses y meses de ir juntado materiales para la fabricación de sus esculturas, el dengue que les molió los huesos y la indiferencia de algunos funcionarios públicos no fueron más que espantajos en un camino que sus “hijitos de cartón” habían alegrado pintar de colores.

La despedida

A las 18:00 horas la familia Morales y familiares y amigos tomaron el autobús que los regresaría a Jojutla. Antes de abordar la unidad, el maestro Alfonso Morales se acercó y puso suavemente la mano derecha en el hombro a cada uno de los alebrijes, y les dijo unas palabras despacito como cuando uno se despide de un amigo o de un hijo amado.

Otro sí digo: de acuerdo con información del MAPO, los monumentales muñecos “estarán hasta el 1 de noviembre de este año en las aceras norte y sur del Paseo de la Reforma, entre las glorietas del Ángel y de la Diana cazadora”, alegrando la vista y el alma a quienes deseen ir a verlos.

 

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Máximo Cerdio

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Ant. El son jarocho es como la magia: Balajú
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