Sociedad
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Nosotros los enfermos

“¿Con Viagra o sin Viagra?”, me pregunta una voz cavernosa atrás de mí, cerca de mi oreja derecha.


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“Sin”, le respondo.

“Yo antes sin, pero ahora ni con”, replica la voz vieja.

Cerca de 20 personas formadas, esperamos nuestro turno con receta en mano.

Hay dos dependientes jóvenes y ágiles detrás del mostrador, protegido por un cristal grande con ventanillas. Los asegurados entregan con una lentitud de un perezoso las recetas. Los dispensadores las pasan por el código de barras, luego buscan los rarísimos nombres en los anaqueles donde hay miles de cajas blancas, los encuentran y ponen las cajas en el mostrador; palomean la lista y las entregan a los ancianos; éstos las van echando poco a poco y una por una en bolsas de plástico arrugadas.

“Nomás sirven pa’ engañar a la enfermedá pero no curan…”, dice la voz que me habla por el hombro. Yo me volteo y le doy la mano, él me da su diestra huesuda.

“Ésta no la tengo”, le dice el joven a una mujer pequeñita que apenas alcanza la ventanilla. La anciana desde abajo le lanza una mirada de filo y punta, guarda sus medicinas y se va.

“Todos los días a uno le brotan nuevos dolores. Aquí mero me duele”, se queja mi compañero de turno, torciendo el brazo como un perro que se rasca las pulgas.

Avanzamos con paso de tortuga, mientras armamos parejas para platicar o escuchar. Mi amigo de enfermedad me explica, sin que yo le pregunte:

“El Enalapril no me dejaba dormir. Comenzaba yo en la noche con una carraspera muy fuerte y después a toser y a toser pero no podía yo agarrarle el hilo al sueño. Así me la pasaba toda la noche, hasta que el sol me daba los buenos días con los ojos pelones. Luego hasta las costillas me dolían del juelgo y la tosedera. ¿Te imaginas no poder dormir en dos meses? Si de por sí a esta edá el sueño se le va a uno en los puros recuerdos, con la tosedera era peor. Yo le decía al doctor que no podía dormir y él sólo me veía con las bolas de los ojos que le saltaban por encima de los lentes y nomás hacía ‘Mjú; ah, mhujú’. Pero no fue el doctor el que le encontró a la carraspera sino mi compadre Cleto, con el que tenemos más o menos la misma edá. Me dijo que a é le había pasado lo mismo pero que era una reacción del Enalapril porque, según su doctor, está hecho de culebra y el polvo raspa adentro de la garganta. Entonces me dio una de sus pastillas de Candesartán y santo remedio, dice mi mujer que hasta roncaba yo bien fuerte. Pero yo no creo que la medicina me haya hecho alergia nomás porque sí, recordé que cuando tenía yo mi siembra allá en Mazatepé una vez andaba yo muy bebido y fui a buscar más aguardiente porque me gustaba mucho beber, entonces iba yo por el camino real y sentí en mi carcañal como si unas navajas galleras se me enterraran y me jalaran las carnes, y luego un ardor. Andaba yo tan borracho que me caí y ahí me quedé tirado. Me levanté tres días después, hinchado, con la boca reseca y los labios partidos y los ojos rojos y un dolor en todo el cuerpo. Mi mujer me platicó que mi hijo el chiquito me había encontrado tirado en el zacatal y que con sus hermanos me fueron a levantar pero que tráiba yo la pierna derecha muy hinchada y todo yo hinchado. Entonces vieron en mi pie dos puntos y pensaron que era una víbora, pero como no teníamos doctor llamaron al curandero de mi pueblo y él me curo con brujería. Dice mi mujer que eran unos bramidos que pegaba yo y que sudaba yo sangre. Yo la verdá no recuerdo eso, sólo dolor y oscuridá y un ardor de nuca y de cerebro. Creo que de ahí me puse mal y creo que si el Enalapril lo hacen con víbora, pues como ya me había echado el veneno quedé sensible. Esto mismo que te digo, le dije a doctor pero él me contestó que qué me andaba recentando solo. ‘El doctor soy yo, no usted’, me dijo regañándome, pero yo le contesté, sí doctor pero el que aguanta el dolor soy yo no usté”.

Todos se marchan con su bolsa llena de pastillas; algunos ya se conocen y se paran a intercambian medicamento como los chamacos canicas o figuritas.

Como animales que van al matadero o como niños que están recibiendo dulces o regalos vamos avanzando poco a poco. Antes que me toque recibir mis cajas de medicina, mi interlocutor me advierte:

“Te ves bien macizo. Pero a mi edad te vas a dar cuenta de una cosa. Te podrás atragantar con todas las medicinas que te dé el doctor, pero no hay pastilla que cure la vejez”.

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Máximo Cerdio

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