La Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos establece en su artículo 4° que “Toda familia tiene derecho a disfrutar de vivienda digna y decorosa”. Por su parte, la Ley de Vivienda establece la definición (art. 2):

“Se considerará vivienda digna y decorosa la que cumpla con las disposiciones jurídicas aplicables en materia de asentamientos humanos y construcción, salubridad, cuente con espacios habitables y auxiliares, así como con los servicios básicos y brinde a sus ocupantes seguridad jurídica en cuanto a su propiedad o legítima posesión, y contemple criterios para la prevención de desastres y la protección física de sus ocupantes ante los elementos naturales potencialmente agresivos.”

El Estado tiene la obligación de cumplir la ley, sin embargo, no sucede y ha pasado a manos de particulares, cuando el deber es del gobierno. Por consecuencia, las empresas privadas hacen negocio construyendo viviendas de baja calidad espacial y fuera de los polígonos de contención urbana, es decir alejado de las oportunidades que presenta la ciudad. Esto significa que el estándar de los recintos ronda los cuarenta metros cuadrados sin ninguna posibilidad de ampliarse, obligando a las familias a vivir en un lugar precario o en el peor de los casos abandonando.

Por otro lado, están las familias que, sin tener un espacio para ampliarse, lo hacen, en su mayoría hacia arriba o al frente, en lo que en su momento fue el estacionamiento, autoproduciendo su nueva vivienda.

Tenemos que ser conscientes de que la autoproducción es una realidad en México y en vez de analizarlo como un problema se debe visualizar como una oportunidad.

Mucho de la migración y de los movimientos poblacionales que suceden en las unidades habitacionales son porque las viviendas no ofrecen esta oportunidad, llámese ampliación o “ADN de la clase media” como menciona el arquitecto chileno Alejandro Aravena.

De la autoproducción hay mucho que aprender. A veces las familias se hacen cuestionamientos que desde la perspectiva profesional se dificulta visualizar, dando resultados bastante creativos, económicos e interesantes. En estos procesos las personas más que buscar la permanencia de un hogar buscan la dignidad.

Luis Barragán decía, “un techo te aplasta”, como sucede en la mayoría de la vivienda social en México con estas “precarias casitas”, pero lo que realmente te aplasta es la dignidad.

Entendemos que la vivienda social es un tema complejo y sensible debido a que involucra la formación y calidad de vida de cada individuo. La construcción y operación de estas mismas involucra inmensos recursos económicos, instituciones, gobiernos, empresas, ONG´s para que el proyecto sea exitoso.

Colectivamente, el término “vivienda social” etiqueta desde un principio a las familias que lo habitan y por supuesto desde la esfera política afecta los procesos creativos del proyecto, especialmente en los recursos económicos cuando en realidad toda la vivienda se debería catalogar de “social”, porque implica a una sociedad.

La pequeña reflexión de la autoproducción es que es una oportunidad, desde la parte creativa como en lo económico, además de ofrecer una mejor calidad de vida.

Por muchos años, las políticas de la vivienda social en México provocaron crecimientos urbanos hacia las periferias de las ciudades causando descontrol en los municipios y sus habitantes. Hoy en México existe una transición de nuevas políticas de vivienda que favorecen la compra de terrenos intraurbanos para construcción de vivienda social, así como propuestas de prototipos que contemplan una progresividad y por supuesto la oportunidad de autoproducir una vivienda digna y decorosa.