Felipe Calderón, por su propia investidura, es grabado en cada presentación tanto en la radio como la televisión, además tienen acreditados a la fuente de la presidencia a periodistas nacionales e internacionales que lo someten a un severo y constante escrutinio, y hasta donde se sabe, no ha encabezado un acto público en estado de ebriedad o se ha vomitado con los asistentes. Es buen orador e improvisa con frecuencia y no arrastra la voz o tartamudea, característica propia e inocultable de una persona tomada. En sus presentaciones luce normal, no designa a secretarios de Estado o funcionarios de primer nivel en función de si éstos tienen afición al alcohol o se niegan a tomarse una copa con el mandatario. En el plano internacional, los acuerdos o desacuerdos con otros países no dependen de si a la contraparte del mandatario mexicano le gusta o no un tequila, un whisky o una cerveza.
Que Calderón tiene muchos puntos criticables, ni duda cabe; simplemente no ha cumplido con su principal propuesta de campaña de generar suficientes empleos. Pero de ahí a que sea un dipsómano –una persona que todo el día consume alcohol y viva para ello- y que las principales decisiones públicas las tome ahogado en alcohol, es una mentira.
Ante lo anterior, cabe preguntar ¿por qué a nivel nacional se propala el rumor de que es un “borrachín”? La razón la tenemos en que ha existido una campaña orquestada por algunos políticos de izquierda, un buen número de periodistas identificados con ellos y por supuesto en las redes sociales que, por su propia naturaleza, permiten que cada quien exprese lo que le venga en gana. Lo obligado, por parte de quien acusa, es que si tienen pruebas que las presenten… Hasta el día de hoy nadie las ha aportado.
Si bien es cierto, no existen pruebas para afirmar que Calderón es un dipsómano, y por lo tanto quien pretenda ejercer un periodismo serio e imparcial no debería dar como noticia un rumor que además fue el argumento central de la empresa de comunicación Multivisión (MVS) para exigir a Carmen Aristegui una disculpa pública, y ante la negativa de la periodista, se le despidió.
No hace bien a la empresa MVS haber prescindido de la conductora con mayor audiencia, ya que proyecta una imagen de censura que difícilmente podrá quitarse; al Presidente tampoco le ayuda que haya o no influido en esta decisión; será visto como intolerante y responsable de la acción. Además, el rumor sobre el supuesto alcoholismo del Presidente cobrará una importancia que no tenía, ni debería tener. Habiendo temas verdaderamente importantes que deberían ocupar la atención, como la criminalidad y la corrupción de la policía, la reforma impositiva, la descomposición social del país, la falta de competencia en sectores claves de la economía, etc.
Aun cuando algunos comunicadores practican un periodismo tendencioso, no se les debe coartar la libertad de hacer preguntas, sean éstas cómodas o incómodas. Por ello, así como Aristegui tiene la libertad de hacer preguntas, me permito las siguientes: ¿Peña Nieto mató a su mujer? Algunos así lo dicen, ¿De qué vive el Peje? ¡Tiene años sin trabajar! ¿Será castigado Marcelo Ebrard por haber utilizado recursos humanos y financieros provenientes del DF para influir en la campaña de Guerrero? ¿Algún día le fincarán responsabilidades a la Marina, al Ejército, a la CIA, a García Luna y a Calderón por haber ordenado o participado en el bombardeado de las rancherías de la tierra caliente michoacana, donde murieron innumerables niños mexicanos? ¿Habrá un político que con base en la Constitución -prohíbe los monopolios o las acciones que inhiben la competencia- sancione a los multimillonarios mexicanos –Slim, Salinas Pliego, Azcárraga, etc.- y a sus empresas que están coludidas para cobrar precios altísimos, o inclusive esté dispuesto a cancelarles la concesión?... Ésas son las verdaderas preguntas incómodas que los ciudadanos de a pie quisiéramos hacer a nuestra corrupta clase política.
Estimados lectores, hasta el próximo lunes.